jueves, 7 de marzo de 2024

Verso del Gran Maestro Nissen Shounin N° 2319

“Incluso físicamente humanos, 

hay seres inferiores a los animales.

Es la costumbre de los codiciosos,

olvidar la gratitud”


Por Kyoukai Akiyama

Lo que nos hace dignos como seres humanos es el hecho de que sentimos gratitud. La gratitud es un sentimiento que surge del reconocimiento de algún beneficio recibido.

Este sentimiento es la base de la moralidad y da lugar a todas las nociones positivas de las personas que aspiran a construir un mundo mejor. Podemos sentir gratitud hacia un ser o persona que nos ayudó en un momento difícil de la vida o hacia la naturaleza que sustenta nuestra existencia.

Sin embargo, el budismo predica que aunque la conciencia de los beneficios recibidos es importante, esto por sí solo no es suficiente. También debe haber un sentimiento de retribución.

Lamentablemente, muchas personas, inmersas en las tinieblas de la ignorancia y dominadas por el orgullo y la arrogancia, piensan que no necesitan ayuda de nada ni de nadie para sobrevivir. No ven los infinitos beneficios que reciben directa o indirectamente de todo y de todos los que los rodean. Viven un mundo para ellos mismos y por ellos mismos y, por tanto, no hacen nada para mejorar el mundo. 

Incluso un animal irracional, cuando es tratado con cariño, paga a su benefactor con lealtad y protección, pero un ser humano, incluso cuando reconoce el beneficio recibido, cegado por la codicia, no puede pagarlo.

Les voy a contar la historia que sucedió en los años 1920 en Japón, sobre un perro Akita llamado Hachiko. Su propietario era profesor de la Universidad de Tokio. Desde pequeño fue criado y tratado con sumo cariño. Su amistad era tan estrecha que se bañaban juntos en jacuzzis.

Cuando el profesor salía de casa para enseñar en la universidad, cada vez, Hachiko lo acompañaba hasta la estación de tren de Shibuya (barrio de Tokio) y se despedía. Cuando llegaba el momento de regresar, Hachiko iba a la estación y lo esperaba a la salida.

Un día ocurrió la muerte. Mientras trabajaba en la Universidad, el profesor enfermó y murió. Durante el velorio del maestro, Hachiko insistió en permanecer cerca del ataúd, pasando toda la noche junto a su dueño. Sin entender lo que había pasado, Hachiko, como siempre, fue a esperar su regreso a la estación. 

Como nunca llegó, con paciencia y con la mirada puesta en la multitud que salía de la estación, esperó hasta que ya no pudo soportar el hambre y regresó a casa.

Algún tiempo después lo enviaron a vivir con los familiares del profesor al otro lado de Tokio, pero él siempre se escapaba, regresando a su casa en Shibuya. Luego fue enviado a casa de un amigo del profesor, pero él siempre se escapaba y regresaba a su antigua casa. Hachiko siempre regresaba a la estación y esperaba que llegara su dueño y amigo.

Durante diez años y medio, lloviera o hubiera sol, o incluso nevara, Hachiko aparecía en la estación al final de la tarde, precisamente cuando el tren llegaba, con la esperanza de reunirse con su dueño. Así fue hasta el día en que falleció, viejo y cansado, frente a la estación. 

Fue enterrado en un rincón de la tumba del profesor, para que finalmente pudieran reunirse. Y la historia de Hachiko se hizo popular y, como símbolo de lealtad y gratitud, se erigió una estatua en la estación de Shibuya. 

A diferencia de la gratitud y lealtad de este perro, hay niños que abandonan y faltan el respeto a sus padres en la vejez después de haber sido criados con tanto cariño y sacrificio por ellos. ¿Qué hace que la gente sea ingrata?

El Maestro Nissen Shounin nos enseña: “El que es codicioso olvida la gratitud”

Para la persona codiciosa, la felicidad es obtener el máximo beneficio y como la retribución es un acto de privación, se vuelve algo impensable. 

El Sutra del loto nos enseña a valorar la gratitud. Es la puerta de entrada y al mismo tiempo el punto final del budismo. La práctica de la fe en sí misma es un ejercicio de gratitud que hacemos en nuestra vida.

Por eso, pronunciemos Namumyohorenguekyo, reconozcamos y agradezcamos todos los beneficios que recibimos de todo lo que existe en el universo, desde el aire que respiramos hasta los seres que nos permiten mantener nuestra vida. Sin embargo, el reconocimiento no vale nada si no devolvemos lo que recibimos.

La mejor forma de retribución es dedicarnos para que nuestra existencia sea motivo de alegría para salvar a todos los seres entre el cielo y los cuatro mares, movidos por los sentimientos más nobles, entre ellos el profundo agradecimiento.

Honmon Butsuryu Shu


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